Herculano, después de mirar hacia donde le había indicado el “Faifitas” les dijo a sus compañeros que fueran juntos a ver el lugar donde estaba “la luz” que habían visto anteriormente. Se dirigieron cautelosamente hacia el centro de la huerta, por donde estaba una noria. Esperaban encontrar la “aparición” o sea, la viejita y la luz que traía alumbrándola. Al llegar a la noria, la luz había desaparecido por lo que empezaron a respirar tranquilos. Jeremías dijo:- Yo creo que era una luciérnaga.- Todavía no es tiempo de que alumbren, dijo Atanasio.Esperaron un rato más y Macario se puso a rezar El Magnificat en voz alta y les dijo que prendieran el cirio y que le dieran varias vueltas a la noria meneando la palma bendecida en Semana Santa y que habían llevado para defenderse de El Ánima. En eso estaban cuando Jeremías volvió a descubrir “la luz” pero ahora estaba posicionada en la barda que daba a la fragua de Luis Valdez, como a treinta metros de donde estaban. Con mucho miedo, empezaron a caminar echando por delante a Macario, porque según le dijeron: “tu eres el experto y además estás santificado con el escapulario que traes de La Adoración Nocturna”. Cuando llegaron a la barda, “la luz” ya se había metido al patio de la fragua. Macario dijo:- Mientras yo sigo rezando, súbete a la barda Atanasio y asómate para ver en qué lugar está “la luz”. - Yo tengo riumas y además, no deviso bien desde lejos, contestó el aludido.- Yo me asomo, porque como van las cosas, ya se acabaron los valientes o se les arrugaron los tanates, dijo Herculano y después de subirse a la barda empezó a decirles lo que estaba observando: “Veo como si “el espanto” fuera una mujer vestida con una tela vaporosa de color azul claro”. “Está sentada arriba del montón de carbón que usan en la fragua y que está junto al yunque donde enderezan los fierros”. “Ora veo como si el tronco donde está el yunke, estuviera ardiendo”. Después de esto le dijo a Jeremías que se subiera para comprobar también lo que veía, pero rápidamente le contestó:- ¡Yo no me subo porque traigo una hernia y no vaya a ser que se me reviente!Mientras Herculano estaba encaramado arriba de la barda mirando hacia adentro de la fragua, los otros estaban expectantes, aun llenos de miedo que les corría por todo el cuerpo. Pasó mucho tiempo y Herculano bajó a descansar porque ya tenía las piernas entumidas. Mientras tanto, los demás le preguntaban más detalles sobre “el espanto”; pero él no les contestaba, y sólo se les quedaba viendo.Los cuatro se quedaron callados esperando que alguien decidiera lo que iban a hacer enseguida. Por una parte, ya querían irse del lugar pero por la otra, aun estaban llenos de codicia y estaban poseídos por el deseo de hacerse ricos con el tesoro que creían iban a encontrar. De cuándo en cuándo, Herculano volvía a subirse a la barda para mirar hacia la fragua y bajaba con su actitud callada sin hacer caso a las preguntas de sus compañeros.Para romper el silencio, el “Faifitas” preguntó:- ¿Por qué se habrá venido a meter El Ánima en este lugar?Atanasio contestó:- Pos dicen que aquí había un corral que era de don Eleuterio Bravo y que se los rentaba a unos arrieros que en una ocasión se pelearon entre ellos porque no se pusieron de acuerdo en un dinero que traían cargando en la recua. Dicen que mataron a la mujer de uno de esos arrieros y que la enterraron en el corral.- Yo todavía recuerdo que se hablaba mucho del tal Eleuterio, dijo el “Faifitas” y agregó: decían que no le gustaba ir al templo y que siempre presumía de que “con unas misas gregorianas y con un buen arrepentimiento, cualquiera se le pela al diablo”. También era muy afecto a decir que “después de la muerte, el hombre vale menos que un buey, porque a éste se le aprovecha el cuero y el hombre, aunque tiene cuernos, no le sirven de nada”.- También cuentan que Eleuterio era tan mujeriego que hasta se le hizo morir en las faldas del cerro, comentó finalmente Atanasio.Las horas pasaron y a final de cuentas, tuvieron que abandonar la huerta porque ya los gallos empezaban a cantar. Acordaron verse al siguiente día y continuar con el plan para hacerse ricos.Al día siguiente, a media tarde y ya estando todos reunidos, esperaron a que Macario terminara de rasurar a un cliente y después se pusieron a deliberar. El primero que habló fue Atanasio:- Yo creo que debemos escoger bien el lugar donde vamos a escarbar. Debe ser en alguna de las casas viejas donde dicen que hay dinero enterrado. Ay están las casas del portal o la de los Vázquez, allí en la esquina de la calle Real con la Victoria. Aunque también dicen que hay un buen “entierro” en el corral que está atrás de la cantina “La Rata Muerta”.- Yo creo que mejor debemos ir a escarbar al Camino Real. Mi abuelo me contó que una madrugada cuando iba rumbo a Santa Fe, oyó un grito muy feo, como si le hubieran machucao la madre a alguien, dijo “el Faifitas”.- ¿Dónde mero fue eso que dices? Le preguntó Macario.- Pos me dijo mi abuelo que fue pasando “El Guayabo” de los García.Todos estuvieron de acuerdo en continuar su aventura en el Camino Real y le encomendaron a Jeremías que investigara bien el lugar donde iban a escarbar primero. Macario repartió algunos otros pendientes que había que hacer y le dijo a Atanasio y Herculano que llevaran los utensilios necesarios.En la fecha señalada, y que se escogió por ser de luna llena, montaron en las cabalgaduras que habían conseguido: dos buenos caballos y dos mulas grandes, ya que, como lo habían platicado, “tenían que soportar una buena carga de oro”, que esperaban desenterrar. Cruzaron el puente y vieron que el río llevaba buen caudal por ser tiempo de aguas. A buen paso llegaron a El Salitre y después pasaron frente a la entrada de El Guayabo y como a trescientos metros, cerca de donde hay un “vallado”, encontraron el mezquite señalado donde el abuelo de “el Faifitas” había escuchado el alarido hacía mucho tiempo. Hicieron sus mediciones y de repente, Macario se paró junto al cauce del arroyo que por allí pasaba y que en esos momentos estaba casi seco y dijo: “Aquí mero hay que rascar! Todos siguieron el procedimiento que anteriormente habían practicado: primero, rezaron: “Salgan, salgan, ánimas de sus penas…..” En seguida rezaron una docena de veces: “Por los agonizantes, oremos……” Como tercer paso recitaron dos veces la “Maldición a los Cátaros” y después rezaron El Magnificat al mismo tiempo que prendían el cirio y meneaban la palma bendita alrededor del lugar donde iban a rascarle a las ánimas que cuidaban el tesoro.Macario también les advirtió: “Si sale un toro bufando o una mula reparando, recuerden que es por el cuero donde está guardado el oro y no se vayan a cagar en los calzones”. “Lo que deben hacer es mentarse la madre ustedes mismos para ver si así se les quita el miedo”. Entonces Jeremías lo interrumpió y dijo: - ¿Y qué va a pasar si el ánima nos pide que escojamos al que se va a morir como pago para poder sacar el entierro?¿cómo lo escogemos?¿echamos un volado para jugárnosla o qué?- No nos eches la sal y mejor espérate a ver lo qué dicen las ánimas, comentó Herculano.
Volvió a hablar Macario:- Lo que si les digo que va a pasar de cierto es que una vez que empecemos a rascar, se van a escuchar los quejidos del diablo que está cuidando el tesoro enterrado. Al principio no son tan fuertes pero en cuanto ya le estemos llegando al mero lugar, se van a oír más y más fuertes y va a haber quejidos en la tierra que ya esté amontonada afuera del hoyo y también se van a oír los quejidos en la tierra que estemos pisando abajo. Van a ser puros gruñidos de las ánimas como si las estuviéramos despertando antes de tiempo. También van a gruñir las piedras que están en la cerca que está junto al mezquite. Recuerden también que si el que le esté rascando empieza a ver que salen los vapores azules debajo de la tierra, ¡debe salirse en chinga! Porque si no, se va a envenenar y ni siquiera se va a gastar un tostón de lo que saque.- Oye Macario ¿y qué vamos a hacer con esos dos cántaros llenos de carbón que trajimos?, alguien le preguntó.- Lo que sucede es que si no cumplimos todo lo necesario o si las ánimas no quieren darnos su merced, a la hora de cargar con el oro, se va a convertir en ceniza. El carbón es para dárselo y ver si lo quieren en lugar de la ceniza, que parece ser, les gusta mucho.Cuando ya habían terminado todos los ritos, aunque se miraban algunas nubes en el cielo, no le quitaban su esplendor a la luna que brillaba intensamente. A lo lejos se escuchaban algunos ladridos de los perros del rancho de La Noria y también se escuchaban aullidos de algún coyote que andaba en la higuera del cerro cerca de la vereda que va al rancho de La Víbora. Se pusieron a escarbar por turnos y habían acordado hacerlo muy rápido para no dejar que el día los agarrara en la faena ya que no tendrían argumentos para explicar lo que hacían, a la gente que los viera.Conforme iban avanzando en la excavación, empezaron a darse cuenta que ocurrían cosas un tanto inexplicables: primero vieron que la luna seguía en su lugar pero ya no tenía tanto brillo y que parvadas de murciélagos pasaban sobre ellos de manera insistente y aunque no los atacaban, si les causaban inquietud por lo raro del fenómeno. Después, alguien notó un aleteo muy fuerte que provenía de la huizachera y después, el ruido se pasaba a alguno de los mezquites que había alrededor y aunque dijeron que era una lechuza, no quedaron del todo convencidos. Pasó algo de tiempo y notaron también que la noche si iba haciendo más y más oscura, en parte debido a lo sombría que se había puesto la luna y en parte a algunas nubes que de pronto empezaron a llenar el cielo. En eso estaban cuando alguien dijo que pusieran mucha atención porque a lo lejos se estaba escuchando el repique de una campana. No sabían ni reconocían si eran las campanas del templo de La Rivera o de Yurécuaro y de pronto, como por arte de magia, escucharon el sonido en el lado totalmente opuesto, como si viniera del rumbo de Santa Rita. Mientras todo esto ocurría, Macario dijo:- Es necesario que escarbemos más rápido. Y agregó ¿Quién estaba rascando?- Yo me salí porque ya me tocaba descansar. Ahora le toca a Jeremías dijo Herculano.El aludido se metió al hoyo que ya llevaba más de un metro de profundidad pero a los pocos minutos dio un grito pavoroso al mismo tiempo que soltaba el pico y caía de espaldas. Todos vieron salir arrastrándose una gran mancha peluda y negra que primero pasó por encima de la cara de Jeremías dejándole unos arañazos marcados y después saltó fuera del agujero para irse a perder detrás de la cerca. Atanasio corrió en sentido contrario a donde se había ido la sombra y Herculano se quedó sentado sin decir una palabra. Pasaron los minutos y solo se oían a lo lejos las campanas. Por fin Macario se arrimó al hoyo y dando un salto, se puso al lado de Jeremías quien aun parecía desmayado o cuando menos, tenía los ojos cerrados para no ver nuevamente “la aparición”. Macario se puso a examinar las paredes y después ayudó a salir a su compañero y ya cuando estaban nuevamente los cuatro reunidos les dijo:- Era un tlacuache.Se le quedaron viendo sorprendidos. - ¿No sería un nagual?, le preguntó Herculano.- ¿Por qué crees que era un nagual? preguntó Atanasio. Agregó Macario:- Cuenta la leyenda que si alguna persona descubre dónde hay un “entierro”, debe poner a cuidar a su nagual el lugar, para que nadie más lo saque.
Mientras que los demás estaban muy asustados, Macario decidió continuar escarbando hasta encontrar el tesoro. Sin embargo, pasado un tiempo en que ya casi llegaba a la profundidad de dos metros, se soltó de repente un tremendo aguacero que poco a poco fue inundando el agujero y destruyó el trabajo que habían realizado durante varias horas. Macario salió con dificultad y todos se fueron a arrimar a la cerca para guarecerse un poco del diluvio que estaba cayendo. Al poco rato, por el arroyo seco cerca de donde estaban cavando, bajó del cerro un gran caudal que arrastró todos los utensilios que llevaban y por poco se lleva también a las mulas y caballos. Ya estaba amaneciendo cuando dejó de bajar agua por el arroyo y fue entonces que descubrieron que no había quedado ninguna huella del lugar donde habían rascado, como si realmente, las ánimas se hubieran encargado de eliminar los intentos de quitarles su tesoro.Empapados, sucios, espantados y sobre todo, decepcionados, emprendieron el retorno y al llegar al puente se instalaron bajo el tejabán de doña Secundina Montejano a tomarse una “agüita” para prevenir los resfríos y también para curarse “el espanto”.Pasaron muchos días, Atanasio llegó a la peluquería de Macario y acordaron llamar a Herculano y Jeremías para determinar si ya le paraban a sus ansias o si iban a hacer otro intento por hacerse ricos. Como la codicia pudo más, decidieron probar otra vez, aunque bien sabían que arriesgaban nuevamente la vida ya que el susto sufrido los había dejado escaldados. Para escoger el nuevo sitio donde buscar, pusieron dos alternativas: irse por el Arroyo de los Cerezos hacia arriba del cerro hasta dar con la Cueva de la Poblana o buscar por el Camino Real con rumbo al rancho de El Zapote. Escogieron la segunda opción y en la fecha acordada, consiguieron otros picos, barras, palas y martillos para cavar ya que, como dijimos anteriormente, los otros se los había llevado la “crecida” del arroyo. Ya en el lugar seleccionado, hicieron los ritos acostumbrados y se pusieron a rascar con ahínco. Pasaban las horas y vieron que el hoyo no había avanzado mucho ya que se toparon varias veces con grandes piedras. Ya casi amanecía cuando decidieron “dejar por la paz” el sitio y regresaron al pueblo.Después de este intento, los “buscadores de entierros” ya no hablaron de volver a ir juntos a una nueva búsqueda. Tiempo después, por boca de otra gente, supieron que Atanasio había ido a La Capital y se había traído un aparato “detector de metales”, que según él, lo sacaría de pobre. También supieron que su mujer constantemente lo regañaba porque: “la dejaba sola por muchos días mientras que él se iba, nosépadonde y regresaba casi siempre, arañado y con genio de 'losmildemonios”.
Amables lectores, todos en Yurécuaro, tenemos no una sino varias leyendas y relatos que contaban nuestros abuelos o que les oíamos a otras personas. He querido hacer una semblanza de una parte muy pequeña de recuerdos guardados en la memoria de nuestro terruño y les agradezco haberme acompañado a revivir estas andanzas.
José Luis García Salazar
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