Dedico con cariño y agradecimiento estas líneas a quien nos legó un espejo para mirarnos el alma, nuestra imaginación y parte de la historia de lo que fuimos y cómo somos. Con la recopilación en sus obras: “Yurécuaro… estampas provincianas” y “Pinceladas de un pueblo llamado Yurécuaro”, y otras más, Fidelmar se ganó a pulso, el cariño de muchos lectores y la distinción de ser El Cronista de nuestra ciudad . Su nombre completo fue Jesús Fidelmar Banda Aguilar y nació en Zamora, Michoacán el 27 de octubre de 1941. Murió el 5 de mayo de 2006. Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal y su carrera profesional de Odontología, la obtuvo en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en Morelia. Llegó, se enamoró y se asentó definitivamente en Yurécuaro en 1970.Desde que se incorporó a nuestra gente, Fidelmar fue un gran impulsor de la cultura ya que colaboró como maestro de Historia de México en tres institutos educativos: la Preparatoria “Lázaro cárdenas”, en la “Academia Comercial” y en la “Escuela Secundaria Vasco de Quiroga”. También fue un gran impulsor de obras sociales ya que colaboró en la fundación del Dispensario Santa Margarita y en el Dispensario de Atención al Anciano Indigente. Tuvo además, una participación activa en tres Ayuntamientos: 1980-1982, cuando fue presidente municipal Salvador Suárez quien recibió la orden del Gobernador Cuauhtémoc Cárdenas, de cerrar la Zona de Tolerancia en La Loma (y como dijo alguien reciente y tristemente, “ya llevamos casi 30 años sin bules”). En el Ayuntamiento de 1983-1985, siendo presidente Gilberto Bravo y fue cuando se iniciaron las labores en el Colegio de Bachilleres. En el Ayuntamiento 1986-1987, siendo presidente Ramiro Mora y fue cuando la Comunidad de Monteleón ascendió a la categoría de Tenencia. Por otro lado, Fidelmar fue miembro fundador del Grupo Pro-Arte y Cultura “IOREKUA” donde por muchos años impulsó la cultura yurecuarense al lado de varios animosos como José Luis Villanueva, Elías Becerra, Arturo Villanueva entre otros. Asimismo, fue Fundador del Club Rotario de Yurécuaro al cual se le asignó la clave 26239 del Distrito 4160 de la República Mexicana.
Una vida como historiador y escritor.Además del amor a su familia, Fidelmar tenía una gran pasión: no dejar morir nuestra historia. Para ello, dedicó mucho tiempo que en lugar de gastarlo en su descanso, que bien merecido se lo tenía, lo usó para recabar información que publicó en varias obras. Él decía: “escribo con un estilo barroco, un poco burdo pero con buenas intenciones”. También cita, “Todas las obras humanas son imperfectas, los errores aparecidos al escribir en mis libros son involuntarios”. Y agrega, “Yo narro hechos dispersos, contados por quienes los vivieron o por quienes los oyeron que así pasaron” y también decía que le oyó decir a Ubaldo Orozco de Sahuayo: “las cosas no suceden como pasan, sino como se quedan”.Él era un inconforme con la gente intolerante o que no se ponía a reflexionar sobre el tesoro que poseemos en nuestra memoria colectiva y decía: “Aviento rialadas de recuerdos para ver si se nos sacude el cerebro”. Por mi parte agrego que “Memoria colectiva” es el conjunto de información y conocimientos que se guardan en la mente y el recuerdo de las personas de un pueblo o ciudad. Fidelmar pasó muchas horas y días platicando con mucha gente y rescatando “dichos”, datos, comentarios, anécdotas y como él decía, hasta “mentadas de madre” que le daban por “andarse metiendo” en lo que no le importaba. Sin embargo, él buscaba que todo este conocimiento no se perdiera y se usara para fincar el futuro de nuestros hijos y también, para no seguir cometiendo las mismas pendejadas, año con año. Esta memoria colectiva, no pertenece a nadie en particular; no es de la propiedad de una persona o de un grupo de ciudadanos, sino que es de todos y específicamente, de aquel que quiera aprovechar los aprendizajes que han dejado nuestros antepasados yurecuarenses.Sus libros y artículos, además de las ya citadas fueron: “María de la Luz Rico, la doncella de la castidad”, “Poeta Austasio Zepeda” y “Ficha monográfica de Yurécuaro 2001”.Como periodista, colaboró con los semanarios locales y regionales: “Alborada” (1976), “La Situación” (1981), “Zula” de La Piedad (1983), “Expresión” de Zamora (1992), “Guía” de Zamora (1990), “Entre Nosotros” (1993), y “Girando” (1996).
Del libro “Pinceladas de un pueblo llamado Yurécuaro” quiero remarcar algunas cosas que a mí me gustaron sobremanera. En primer lugar, su forma tan sencilla y casi poética con que relataba algunas cosas: “ … de los adobes de las casas viejas salen los ecos, murmullos, rezos, cantos y rizas; lamentos y gritos….” Fueron los de nuestros antepasados y son los de nosotros que les hablan a los que aun no nacen. Fidelmar también escribía con cierta picardía que nos hace preguntarnos: ¿Qué historias no se escribieron en los mesones? En el de “La Luz” o en el “Jalisco” que estaban en la Calle del Puente; en el de Don Nico en Las Cuatro Esquinas o el de Amado Ortega en la Calle Real (La Nacional). Eran para los antiguos pobladores lo que son ahora los moteles en las modernas ciudades. Me han contado, aunque no me consta, que se les denomina PPE (Pago Por Evento). También me hizo pensar en el éxito empresarial que llegaron a tener algunos yurecuarenses cuando teníamos competencia en la elaboración de cajetas con tres excelentes marcas: Los Gallitos de Primitivo Muñoz; La Vencedora de Marcos Ramírez y La estrella de Eusebio Diaz. Así mismo, había en Yurécuaro competencia en la venta de gasolina ya que hubo cuatro diferentes concesionarios: Bulmaro Bárcena, Francisco Bravo, Agustín Navarro y José I. Velásquez. Para mí fue sorprendente saber los antiguos nombres de nuestras calles: que la actual calle Zaragoza o del Guamuchil Grande se llamó antes, “Calle de la Muralla”. Que la calle actual, Independencia o “del Tranvía”, tuvo antes varios nombres: “Lerdo”, “Frontera” y “Libertad”. Que la calle que conocemos ahora como Amado Nervo, se llamó anteriormente “Calle de la Rana” y “calle de los Cajeteros”.
Ahora bien, de la obra de Fidelmar, quiero resaltar tres relatos que él rescató y que me hicieron revivir aquellas noches de lluvia, cuando en nuestras casas se prendía el “Cirio Pascual” para detener la furia de las tormentas. Mientras tronaban rayos y centellas y llovía a cántaros, el agua se colaba a borbotones por entre las tejas y parecía que el cielo se iba a caer encima de nosotros. En esas noches de “espanto” oíamos de nuestra gente grande, los cuentos y relatos que hacían quedarnos quietecitos para no recibir el castigo divino. El muerto confesado. A mediados de 1905, cerca de la medianoche, llegó un hombre a caballo ante la casa del Sr. Cura Luis G. López y le pidió que lo acompañara a confesar a un enfermo que estaba en un jacal por el rumbo de la Buena Huerta. Montó el padre López en otro caballo que llevaba el hombre y se dirigieron al jacal. En un camastro encontró el padre al enfermo envuelto en unas cobijas viejas y deshilachadas. El Sr. Cura empezó la confesión pero notó un olor fétido que casi le impide terminarla. Haciendo un gran esfuerzo, concluye y da la absolución. Al salir de la casa ya no estaba el hombre que había ido por él y solamente estaba el caballo en el cual regresó a su hogar. Después de ese día, el Sr. Cura anduvo muy taciturno y como no podía contar lo que le habían confesado, nunca se supo cuál fue el pecado. Sin embargo, él sabía que había confesado a un ánima en pena. A causa de esa impresión, el padre López enfermó y murió unos meses después a la edad de 54 años.José, el Carrero de Pantaleón. José se dedicaba a juntar basura en un carro de mulas que era propiedad de Pantaleón. También sembraba un ecuaro que estaba en el cerro de El Cuatro. Un día que José se encaminaba a su ecuaro, se encontró a una señora que estaba recargada en una cerca de piedra. La señora le dijo que si quería ser rico, debería seguir sus indicaciones para poder sacar un entierro. Al quitar las piedras que le indicara la señora, José encontró muchas barras y monedas de oro y también una copa del mismo metal. La mujer le dijo que ese era el tesoro de Juan Rentería y que ella era su esposa y que le decían La Poblana. También le dijo que para hacerse dueño del tesoro debería regresar al otro día pero que debería cumplir dos condiciones: no debería contarle ni a sus amigos ni a su mujer acerca del hallazgo. También debería entregar la copa de oro en la Parroquia de Yurécuaro ya que había sido robada del templo cuando lo quemaron. Al otro día, José volvió con dos amigos para llevarse el tesoro pero no pudo encontrar el lugar exacto donde estaba el entierro. Él no se explicaba por qué no podía hallar el lugar y muy tarde comprendió que no había cumplido con la promesa que le hizo al ánima de La Poblana.La Leyenda de Siquindo. Actualmente, Siquindo es un lugar solitario donde hay un cerro misterioso junto a un recodo del río Lerma donde se hace un bonito remanso. Sin embargo, hace varios siglos existía un pueblo que desapareció en tiempos de la Colonia a causa de una maldición. Sucede que por allí habitaba una doncella que se enamoró de un soldado español con el cual gozaba de un amor ilícito y desenfrenado. Los amantes tenían sus encuentros bajo las ramas de los frondosos sabinos y nadaban libres en el remanso aprovechando las noches de luna llena. Fue una noche de Viernes Santo cuando el padre de la doncella, haciéndose acompañar de un sacerdote, les reclamó su comportamiento. Como el soldado se mostró altanero y agresivo, el padre lo mató de una estocada. El sacerdote le dijo entonces a la doncella, ¡el alma de tu amante ya voló al cielo! Ella le contestó con una blasfemia: ¡ el alma no me importa, yo lo que quiero es su cuerpo, sus besos y sus caricias! Entonces la doncella fue maldecida a vagar eternamente por esos lugares hasta encontrar el pueblo de Siquindo, mismo que desapareció al momento de la maldición. Se cuenta que hace unos años, en un Viernes Santo, don Atanasio, vecino de El Mezquite Grande, iba rumbo a Yurécuaro a surtir su semanario. Al pasar por el recodo, se le apareció el pueblo de Siquindo y allí surtió su semanario. Compró de todo: cebollas, jitomates, cecina y queso y cuando ya tenía las árganas repletas, oyó la última llamada en el templo. Estando en la Consagración, se hizo un gran silencio y entonces desapareció el templo, el pueblo y la comida que ya había comprado y estaba sobre su mula. Atanasio, todo espantado por lo que le había pasado, se fue a Yurécuaro a surtirse nuevamente. En el pueblo se le hizo tarde por lo que ya entrada la noche, regresó a su rancho. Al pasar por Siquindo, encontró a la doncella bañándose en el río. Se acercó y fue entonces que ella le pidió que le ayudara a quitar “el encanto” en el que estaban tanto ella como el pueblo. Él aceptó y entonces ella le dijo que se iba a convertir en piedra y que él la debería subir al cerro al mismo tiempo que debería ir gritándole maldiciones y que al entrar al templo debería lanzar la mayor maldición que conociera. Atanasio subió al cerro con la piedra mientras le gritaba majaderías pero al entrar al templo ya no quiso seguir maldiciendo y se quedó callado. En ese momento todo desapareció y regresó a su rancho donde nadie le creyó lo que le había pasado. En la actualidad, cuando la gente va al remanso y sube al cerro, solo encuentra miles de piedras amontonadas y que muchos dicen, son las piedras que han subido los que se han encontrado a la doncella. Al término de su obra póstuma, Fidelmar se despidió con un agradecimiento humilde: “Al viejo, noble y leal pueblo de Yurécuaro y sus moradores todos. Con especial reconocimiento a los diligentes informantes que, permitieron asomarnos a una región mágica e interesante a través de consejos y facilitando documentos o fotografías valiosas, sin los cuales difícilmente se pudiera haber logrado la realización de este trabajo. Gracias a todas las personas físicamente ausentes que nos enseñaron a descubrir y valorar el privilegio de ser yurecuarense por nacimiento o adopción”.
¿Qué ejemplos deja este yurecuarense a las generaciones por venir? Nos mostró su paciencia y persistencia para escuchar a muchas personas y documentar sus hallazgos que nos servirán de guía. Esta información también sirve como estímulo para seguir colaborando juntos para hacer de Yurécuaro un lugar mejor para vivir.Recordemos el lema de nuestra ciudad y honrémoslo porque somos de un “lugar de Crecientes” para desarrollarnos más y no para disminuirnos, restarnos, ni mucho menos empequeñecernos atacándonos unos a otros.Nuevamente digo, ¡Gracias Fidelmar! Seguirás presente entre los yurecuarenses a través de tus obras.También agradezco, a “mis tres lectores”*: Juan Núñez, Alfonso y Eduardo Valdez por seguir leyendo mi columna.*Nota: le copié el concepto de “mis tres lectores” al filósofo de Saltillo, Coahuila, Armando Fuentes Aguirre (Catón), solamente que él tiene cuatro lectores y yo no merezco tener cuatro y por eso solo presumo de tener tres lectores asiduos.
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