Para nosotros los yurecuarenses así fue conocido, con un solo nombre o una sola palabra, como si en ella se resumiera toda la historia de una persona querida. En la historia de la humanidad, así han sido conocidos grandes personajes como Gandhi o Einstein y así nos parece más sencillo para entendernos.Su nombre completo es Manuel González Mariscal y a los que tuvimos la suerte de conocerlo sólo le llamábamos “Mariscal” porque se nos hacía una palabra más sonora y más guerrera y que siempre implicaba acción y reflexión de un hombre culto que nos mostró con algunos pequeños consejos la forma en que debíamos comportarnos los buenos ciudadanos para lograr una buena armonía en la convivencia con los demás. También recuerdo con agrado cómo nos ayudaba a resolver nuestros problemas escolares. Que si en la escuela nos dejaban trabajos sobre los Niños Héroes o sobre Hidalgo, íbamos con Mariscal para que nos vendiera la monografía respectiva. Que si no la tenía, Mariscal nos la dictaba rápidamente con lo cual solventábamos nuestras tareas y todos contentos. Hago mención que para este artículo, he recurrido nuevamente a los datos recabados por nuestro historiador Fidelmar Banda, sobre todo de su obra: “Pinceladas de un pueblo llamado Yurécuaro”. De allí extraigo algo de lo que nuestro personaje le contó a Fidelmar.Mariscal nació el 24 de diciembre de 1909 en Zamora, Michoacán. Sus padres fueron Asunción Mariscal Fernández y Francisco González Amador. Realizó estudios en el Seminario de Silao durante un año y posteriormente llevó a cabo estudios comerciales en la Academia de Tomás Escobar en Zamora. También aprendió muchos de los secretos referentes a la impresión y edición de trabajos tales como: la impresión, la manufactura de sellos y sobre todo la encuadernación de los libros. Con respecto a esto último, a mí me tocó escucharle unos comentarios o consejos que le daba a una persona que estaba terminando sus estudios de licenciado en Derecho y le recomendaba que aprendiera el arte de la “encuadernación” ya que en todo juzgado o tribunal iba a necesitar los conocimientos respectivos. No sé si esta persona le hizo caso a Mariscal, pero lo que si sé es que él siempre estaba dispuesto a darnos recomendaciones que nos harían falta en nuestra vida como profesionistas.Por azares del destino, desde 1930, Mariscal se quedó a vivir en Yurécuaro siendo que en primera instancia, sus miras eran las de irse a trabajar a Guadalajara, pero como forzosamente tenía que pasar por nuestro pueblo para abordar el tren que lo llevaría a su destino, tuvo que pernoctar aquí y con una sola noche que probó el aire yurecuarense, con eso tuvo para enamorarse de nuestro terruño. En esos tiempos, no existían servicios suficientes en la población ya que no contaba ni con agua potable, ni drenaje, ni mercado; bueno, ni siquiera estaban empedradas las calles aunque pomposamente podíamos presumir de nuestro tranvía, teléfonos, correos, telégrafos y sobre todo de nuestro tren que unía esta región con las dos grandes urbes nacionales: México y Guadalajara. En los primeros días que Mariscal pasó en Yurécuaro, tuvo la suerte de encontrarse a don Everardo Zepeda, sobrino del poeta Austasio Zepeda, quien poseía la imprenta Alfa y quien amablemente le dio trabajo, además de un lugar donde vivir. Mariscal siempre recordó cómo el matrimonio formado por Everardo Zepeda y doña Sara Tamayo lo habían tratado como si fuera un hijo suyo ya que así se lo hicieron sentir mientras convivieron; además de que fueron ellos quienes le abrieron paso con sus amistades y por lo tanto fue bien recibido en la sociedad yurecuarense de los años treintas. Hacia ellos, Mariscal siempre tuvo muestras de reconocimiento ya que como también decía: “Es de gente bien nacida, ser agradecida”. Otra de las puertas que le abrió don Everardo fue con relación a su participación en cargos públicos ya que desde que se afincó en nuestro pueblo, Mariscal fue elegido para ser, como él decía, “secretario de todo” debido a su gran talento para redactar haciendo sus escritos de manera que todos le entendían sin tener que andarle dando vueltas a las cosas. También era muy solicitado porque escribían con gran rapidez cumpliendo siempre las reglas gramaticales y nadie se avergonzaba de sus discursos. Fue así que durante más de 45 años, ayudó a los diferentes Ayuntamientos algunas veces como Secretario de la Presidencia, otras como secretario de obras públicas o Secretario de la Junta Moral Cívica, entre varios puestos más con los que siempre estuvo dispuesto a apoyar los esfuerzos ciudadanos. También era muy solicitado porque siempre se “aventaba a hablar en público”, cosa que muchos le tenían pavor y de plano se engarrotaban cuando estaban ante una gran audiencia. Mariscal declamaba en eventos y tertulias culturales con relativamente poca gente y también lo hacía, por lo general, durante el “Grito de Independencia” donde arengaba a miles de yurecuarenses o en los mítines políticos cuando nos visitaban los candidatos en sus campañas hacia algún cargo público. Mariscal fue un gran animador social durante varias décadas ya que era una persona siempre dispuesta a acompañar a sus amigos a “llevarle gallo a las novias”; era muy amigo de los músicos de su tiempo como Ramón Meza o el gran “Panchillo” y de otros más y sin embargo, nunca se le vio mezclado en esos pleitos que todos tuvimos de jóvenes cuando, después de hacernos de palabras con nuestros rivales en amores casi siempre terminábamos haciéndonos el reto de: “nos vemos en el callejón” (unos le decíamos que era “el callejón de los madrazos”) ya fuera el de atrás del templo o el que está atrás del mercado. Mariscal siempre fue decente, prudente, tolerante y de buenos modales y como alguien dijo: “nunca se le pegó lo maldicionento ni gargajiento que tenemos muchos de los de aquí”.
Los amigos.Mariscal siempre hizo honor a la amistad de muchas personas. Mencionaba, por ejemplo, a Alfonso García Robles, nativo de Zamora, quien ganó el Premio Nobel de la Paz y quien fue su contemporáneo llegando al grado que la familia de García Robles ya había “apartado” a Mariscal para que se casara con Teresita, una de las hermanas de Alfonso. Ya estando en Yurécuaro, Mariscal fue muy cercano amigo del historiador Ignacio Estrada, de José Mora, Andrés Navarro, de Jesús y Rogelio Alcalá Ruiz, de Jesús Moya, Jesús Hernández Limón y Maurilio Rodríguez, por citar solo algunos ya que él siempre abría su corazón para toda la gente que se le acercara.
Las obras de infraestructura.Directa o indirectamente, cuando Mariscal fungió en algunos de los cargos públicos, le tocó participar en las mejoras del alumbrado público, el agua potable, el canal de riego antiguo, la pavimentación y apertura de nuevas calles, las mejoras a la Presidencia Municipal y los portales. Aunque de esto último, siempre se le quedó una espinita clavada ya que cuando se trató de abrir por completo la actual calle Zepeda, algunos propietarios le prometieron que iban a donar parte de sus terrenos para que dicha calle estuviera libre hasta el frente del atrio del templo; sin embargo, después de tirar el antiguo Portal Insurgentes, que estaba en lo que hoy son “Las Palmeras”, unos se le rajaron quedando la obra a medias y el pueblo se quedó sin su portal. Mariscal fue una persona de grandes contrastes ya que por un lado, le gustaban las referencias pueblerinas y sus anécdotas sencillas como la que siempre presumía diciendo que a él le gustaba el número 20, porque en varias ocasiones había ganado veinte volados seguidos y también había dejado de fumar veinte veces seguidas. Por otro lado, era un caballero idealista y yo lo recuerdo cuando me recomendó leer “Don Quijote” y siempre que pasaba por su imprenta, me preguntaba ¿en cuál página vas? y yo tuve que leer, aunque fuera de poco en poco, la obra que me dejó muy claras referencias de lo que debía ser una buena persona y por lo cual comparaba a Mariscal con ese Quijote que busca siempre hacer honestamente su vida.Mariscal vivió hasta casi cumplir los 91 años y nos ha dejado de ejemplo la vivencia de varios valores humanos como son: el ser agradecido con sus padres y amigos; el honrar y respetar siempre a su familia, a su esposa, a sus hijos, nietos y biznietos; su amor por una porción de paraíso, que aunque no fuera nativo de aquí, lo amó más que muchos otros a quienes nos falta demostrar más el cariño por nuestra ciudad. Mariscal fue una persona recta y honrada que nunca se aprovechó de los cargos públicos, por eso la gente lo respetaba y aceptaba que fuera un elemento armonizador para nuestra convivencia. Recordemos con cariño a este gran yurecuarense y también les agradezco por acompañarme nuevamente en estas reflexiones.
José Luis García Salazarwww.productividadorganizacional.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario